27. Juanadolfo (todojunto) Riera


Siendo 25 de mayo, mientras la argentinidad festejaba el bicentenario de cierta revolución que nunca ocurrió, lo que a mí sí se me ocurrió fué celebrar mi pasado colonial. No me culpen, soy hijo de españolísimos padres nunca bajados del todo del barco. 

Algo extraño pasa con mis recuerdos de mi más temprana infancia: me acuerdo de demasiadas cosas. A los cuatro o cinco años mi familia se mudó del lugar en que vivíamos y dejamos de ver a aquella gente, sin embargo recuerdo a muchísimos de ellos, recuerdo los lugares, los olores, colores (incluso sabores) de aquella “Colonia Ricardo Gutiérrez” en la que vivíamos.

Intento describir rápidamente aquello para que Ud. lector no se aburra en detalles: Era un conjunto de hogares de menores (huerfanos o de familias con problemas) en los que vivían, estudiaban y aprendían oficios. Para sostenerlo  había una pequeña aldea con todo lo que necesitaba, un teatro del tamaño y calidad del Cervantes, un polideportivo, panadería, matadero, carnicería, taller de alfarería, usina eléctrica, vivero, iglesia piletas de natación, un arroyo. Los empleados, que eran muchos, tenían sus casas allí y vivían con sus familias integrando la población estable de esta pequeña aldea. Además había campos que se cultivaban, huerta etc.
Por una razón que desconozco, muchos de los empleados eran españoles y habían llegado en el año 1960, mis padres con ellos. Así formábamos una comunidad de padres españoles a la que se iban agregando hijos argentinos como yo.

Recordar el pasado no lo trae hasta aquí, te lleva a él.
Ni la sorpresa de los tostones ni el Nestea venezolanos desviaron el hilo de los recuerdos. El lugar era idílico, vivíamos junto a un bosque cerrado con un “castillo” que en otros tiempos había sido una estancia y un parque con una variedad insólita de plantas y árboles. Los niños jugábamos entre comadrejas, grutas artificiales con fuentes escondidas en la maleza, un colectivo abandonado hacía de refugio, los lagartos se corrían a pocos pasos de llegar a ellos por el sendero, fabricábamos cosas, nos trepábamos a todo y Juanadolfo tenía un lugar ideal para sus excéntricas actividades como pescar tortugas o disparar las armas que él mismo fabricaba.
Anoche hablábamos de eso, de lo que para mí fue una infancia feliz, donde nuestros padres se reunían siempre a jugar a las cartas, cantar canciones de su tierra y coleccionar anécdotas que luego serían la columna vertebral de nuestro folklore familiar.

Menú: Choripanes marcospacenses, ensalada Madalena, Bondiola juanadolfa, papas fritas ringas y Luigi Bosca Merlot 2007, sellado con Arroz con leche colonial y Ella morcilla.

Juanadolfo llegó con Lili, su mujer. Los dos sonrientes y cargados de sorpresas. Los prometidos chorizos marcospacences, pero además un par de vinazos y... un cuchillo de regalo! yo pensé que el creía que yo no tenía en casa y lo trajo para hacer el asado, pero no, era para mí!
Juan, Juana, Juanadolfo, Juan Adolfo, es gracioso aunque no se lo proponga, capaz de contar cómo casi mata a Pepe, su padre, con un artilugio explosivo, o su historia excentrica y creativa. Sus maquetas, sus aviones de aeromodelismo. Lo increíble es que Lili lo aguanta así como es, se ríen de sus locuras.
Claro, a los cuatro años yo no tuve tiempo de desarrollar mi capacidad de hacer tanto lío, fueron mis hermanos quienes casi incendian el bosque y los que construyeron cabañas de chapa, yo me limitaba a coleccionar cicatrices y ver las barbaridades de aquellos salvajes. 

Anoche recordábamos mientras Rodrigo y Marcelo miraban azorados por el relato de aquellas proezas mientras Juanadolfo, Lili y Rodrigo hacían el asadito en el “chulengo” nuevo.
Luego de atiborrarnos de sabores de asado, ensalada, papas fritas vino el postre de Mada: Arroz con leche. Típico sabor de aquellos tiempos. 

Es maravilloso comprobar que aquel Juanadolfo, Mada y todos aquellos que compartimos ese paraiso aún lo llevemos con nosotros. Nuestros padres construyeron una familia grande para ellos y sus hijos, a falta de primos, tíos y abuelos teníamos a los Riera, los Delgado, Parra, Pisonero y muchos más, teníamos gallinero, bosque, amigos, salidas, sabores típicos españoles en medio de un lugar tan raro que no acabaría de describir en cien miércoles.
Ya estamos grandes, algunos ya no están, pero de todos guardamos aquel recuerdo feliz. Que no era de vecinos sino de la gran familia que seguimos siendo.