9. Alejandro Spinelli

Alejandro tiene una vocación y ha logrado vivir de ella. Cuando todos nos mirábamos pensando “qué seré cuando sea grande” el ya era músico. Hablar con el es tocar temas intangibles, la música, la armonía, el arte, la improvisación. Siempre un chiste rápido, cuando no está sonriendo es que está concentrado pensando alguna gracia.
Hay amigos y amigos. Con todos se hacen cosas, se comparte momentos, juegos, deportes, viajes, trabajo. Pero sólo con unos pocos puede hacerse “nada”, pasar tardes sentados mirando hacia adelante, apenas una breve charla y nada más. Esa clase de amigos era Alejandro.

Toda la vida tiene música.
Llegó como todos, no sabiendo en dónde está el timbre, es que no lo hay. Así que entró riendo de esa extraña característica de mi casa. Trajo en su mochila el vino y algunos ingredientes que no tenía para su plato oriental. Se puso a revisar que todo estuviera listo y a mano, me explicó que esa es la manera de cocinar al wok, no puede separarse del fuego y cada ingrediente debe entrar en su momento, como una orquesta sinfónica. Mientras yo tostaba almendras el preparaba pechugas y así dejamos todo listo.

Luego al fuego, primero sellar las pechugas y separarlas, luego las verduras, a cada agregado todo cambiaba de color, hasta que le puso el curry y quedó ocre. Ya olía a restaurante y no faltaba más que se cocieran los fideos y a comer.

No nos veíamos desde hacía 20 años hasta que hace unos días apareció en una reunión de ex-alumnos del colegio secundario. No hizo falta que le preguntara nada, éramos muy buenos amigos entonces y nos divertimos como de costumbre, con el mismo sentido del humor delirante. Carcajadas de 20 años. Se rió de mi reloj que está a deshoras, de su vida y recordaba mis experimentos gráficos que yo ya había olvidado.

Hablamos de su pasión musical, géneros, estilos, su dúo. Hablamos mucho de Jazz y del amigo en común Chet Baker, no hay a quien no conozca. También se sorprendió de mi memoria detallista al recordarle el cartel del auto del padre topógrafo, los juegos con su hermano de tirarse darse dardos a los pies, la dirección de su primer profesor de guitarra y otros detalles de nuestro paso por el colegio. No le conté que recuerdo los personajes que habitaban sus carpetas: Los Tu3pit, tu6pit y los chufit, criaturas bidimensionales en guerra permanente. Yo tampoco recordaba tener buena memoria.

El Menú: Curry con fideos de arroz chantaboon con verduras y pato al wok. Marcus Cabernet. Tarte Tatin Maritza y Pat Metheny de fondo.

Para el postre le enseñé mi método mágico para hacer crema Chantillí sin tocar nada, se lo agregué a la Tarte Tatin que me enseñó Maritza y seguimos charlando. Con lo que quedaba del vino.
Poco tiempo para repasar 20 años de no vernos, pero alcanzó para saber que somos los mismos, que esencialmente la gente no cambia. Ahí estaba Alejandro, el “flaco” Spinelli. Sigue con todas sus virtudes, nos seguiremos viendo, ya hay planes para reunirnos en su casa. Cómo dijo el acerca de esto, es una excusa genial para encontrarse.