4. Pablo Ramirez

Quiso el destino –a Pablo no le gusta hablar de casualidades- que el tren me dejara una estación antes y pasara por el barrio chino por tercer martes consecutivo. Buena ocasión para comprar helado y mangos. Y quiso la suerte que tuviera una excusa más para estar con mi amigo.

Si Mahoma no va a la montaña.
Pablo no es nuevo en la casa viene con frecuencia ya que tenemos varios proyectos compartidos y, entre reunión y reunión, ya es un vecino más.
En cuanto se lo conoce un poco, lo que más llama la atención de él es su preferencia por la retórica de los hechos. No le gustan las grandes teorías prefiriendo siempre la práctica. Sincero, honesto, generoso, respetuoso y afectuoso. Generalmente su forma de pensar es opuesta a la mía, pero jamás confronta directamente, no es su estilo. Prefiere decir: - Ya vas a ver que tengo razón, e inmediatamente después suelta la carcajada. Esa distancia entre nuestras formas de ver las cosas es lo que hace ricas a nuestras charlas, y siempre pueda aprender un poco más de él. Consejero socorrido reiteradamente, tiene el don de escuchar, preguntar con agudeza y de hablar poco y con seguridad sentenciosa.

Cuando lavaba los platos vi una figura sonriente en la ventana, como el gato de Cheshire apareció de la nada y me dio la primera sorpresa. La segunda fue al entrar, había traído todo para cocinar, condimentos y delantal incluido. La siguiente fue al contarle que no había Stella Artois sino Warstainer a lo que respondió – No preferís esto? Mostrándome un Navarro Correas ¡de 1993!

El menú: Sorrentinos gratinados con salsa de tomates. Navarro Correas Syrah (1993). De postre un Luigi Bosca Cavernet Sauvignon (1997) superlativo. Y casihelado de crema con trocitos de mango. Conciertos de Brandemburgo de fondo.

Me enseñó sus secretos para una salsa de tomate perfecta: dos clases de cebolla, aceite de oliva, tomate natural. Riquísima. Trajo unos sorrentinos que coció a fuego lento. Luego metió todo al horno con una cubierta de quesos que sacó (he ahí la pericia) en su punto justo. Y a comer.

El relleno de mozzarella era soberbio. La salsa perfecta, el vino increíble. La charla nos llevó hasta las 2:00 AM. Viéndonos tan seguido, era natural que debíamos hablar de otra cosa, acalló fácilmente mi verborragia habitual contándome sencillamente la historia de su vida, desde su colegio alemán hasta el Waldorf de sus hijos. Desde su niñez urbana a su juventud campestre. De veterinaria a la fotografía. Me llevó de paseo por un Pablo que no conocía, uno que fue más huraño y que por suerte no existe más.

Tanto nos reímos, tanto me contó y aprendí que olvidé darle mi pequeño Cezzannito; pero no importa, nos estaremos viendo en estos días, es un amigo.