3. Myriam y Agustín

Sabía que sería difícil escribir de alguien a quien conozco desde que nací. Pero las personas cambian, yo lo hice y el también. El Agustín de hoy es muy distinto. Todos suponemos que es por el toque de dulzura que Myriam le dio a su vida.
Mi hermano mayor. Se molestó cuando dije “- mi hermano es hijo único”, pero hace años ni se hubiera mosqueado. Tengo pocos recuerdos de jugar con el cuando eramos chicos: una cicatriz en la sien y una quebradura de brazo izquierdo. Cosa que no quitó que siempre fuese mi ídolo y quisiera hacer lo que el hacía. Sólo una vez lo logré, una breve y divertida militancia política
Pero la vida, nos cruzó extrañamente haciendo que el se case y abandone una larga trayectoria de soltería. Pero no es su mérito sino de Myriam, está clarísimo.

Siempre igual, siempre cambiando.
Agustín es tremendamente social y amigo, es capaz de hablar por horas de sus andanzas de juventud y de esos personajes increíbles que son sus amigos. Pasa del ceño fruncido a la carcajada en un segundo cosa que por suerte es cada vez más frecuente.
Myriam es mi futura cuñada, es abogada pero aún así tiene muchas virtudes. En el año y medio que la conozco aprendí de ella que se puede franco y mantener la sonrisa. Tiene suficiente paciencia, no sólo para aguantar a mi hermano sino para casarse con él. Y tiene una claridad total para decir las cosas. Se emociona rápidamente y contagia alegría. Se incorporó a la familia con naturalidad, tanta que hasta se transformó en mi abogada sin darnos cuenta.
Recorrió la casa con la alegría de comprobar que el “común acuerdo” aunque sea el menos común es posible y con mi hermano se dispusieron a llevarme a la cocina a trabajar en la cena.

El menú: Merluza arrollada con relleno de roquefort con guarnición de papas y brócoli. Finca Flichman Malbec Roble. Todo matizado con música de Yann Tyersen.

Esta vez, típico método de hermano mayor, el que tenía que hacer todo era yo. El me explicaba y yo lo hacía en la práctica al grito de - el ajo va picado más chiquito!. Hicimos así las papas los arrolladitos de merluza pero la mezcla de quesos del relleno la hizo él solo mostrándome los pasos.
En media hora de horno estaba todo listo y, como es costumbre de familia, Myriam se reía señalando cuánto nos parecemos Agustín y yo. Raro, creo que ninguno de los dos lo había notado hasta el momento. Alternamos las anécdotas de mi hermano, con cuentos míos de infancia y los pormenores de su próxima boda. Prometí que no iría en ojotas esta vez, que ya habrá suficientes locos en la fiesta.

Como colofón cumplieron otra costumbre nueva: se llevaron el dibujo “"Ceci n'est pas un Magritte” y la despedida corta de los que saben que se estarán viendo pronto porque son como de la familia.