6. Isabel y Agustín

La naturaleza es sabia, cuando supones que tus padres pierden el oído es que llegó el momento de escucharlos con atención.

Comencé esto de “Las Cenas de los Martes” para presumir de mis amigos con los otros, pero cuando vino mi hermano me di cuenta que no era necesario ni obligatorio circunscribir esto a esa categoría, hay otras personas a las que quiero que me gustaría incluir aunque no sean “amigos” sino compañeros o familia; tal es este caso: Mis padres.

No es cosa simple sacarlos de sus costumbres, pero es muy fácil que hagan caso al mínimo pedido de su hijo menor consentido. Quizá les hice perder un maravilloso capítulo de una serie de la TVE o algún partido del Real Madrid, pero no lo lamento.

Agudeza y arte de ingenio.
Isabel: Sensible, cariñosa e irónica. Bailarina en su juventud. Me enseñó a amar la pintura y las artes. Agustín: Meticuloso, obstinado e ingenioso. Uno de los bienes más grandes que heredé de él es el gusto por la música clásica. La sensibilidad de ella y la obstinación de él degradaron en su hijo menor como “llorón y caprichoso”.

Por fortuna pude retribuir este legado artístico, no por mis propios medios sino a través del orgullo de asistir a los conciertos del Coro nacional de Niños de su nieto y de las funciones de Danza Clásica de sus nietas y algún cuadrito de mi autoría por añadidura.

Nacidos en una España rural y criados en la posguerra de la guerra civil, a los 70 años ella hace cursos de apreciación de Cine y él navega por internet y se escribe correos electrónicos con amigos y la familia.
Apegados a su cultura castellana y al idioma, lectores voraces, no hay reunión familiar en la que no se recurra al diccionario que, si coincide con lo que ellos dicen, está en lo correcto. Fui criado por estos minuciosos del léxico y la palabra precisa. Con ellos hablamos de tú, (en lugar del “vos” argentino) cosa que llamó siempre la atención de mis amigos.

Lo que yo (aunque con cariño) definía como “no haberse bajado nunca del barco” quizá era cierta envidia de identidad. Ellos son fruto de su tierra, a casi 50 años de venir a la Argentina siguen con su acento español, siempre tan pendientes de la familia allende los mares como de la de aquí.

El menú: Pollo a la parrilla con papas a la española, omelette (tortilla francesa) de espárragos y milanesas. Latitud 33 Malbec 2006, SevenUp y J. S. Bach continuo.

Mi hijo cenó con nosotros aunque debía irse temprano porque hoy madrugaba. Quedé solo con ellos como hace un poco más de un mes cuando pasé una temporada en su casa, volvimos a a las charlas de entonces y reanudamos el tema de mi infancia.
Vengo a enterarme ahora que los momentos de mayor apuro económico de mis padres coincidió con la etapa más feliz de mi niñez. Descubro que casi no tenía juguetes, tenía amigos. No había muchas salidas a parques, restaurantes ni lujos; a cambio tenía familia, comidas caseras, hermanos y paseos. Había un bosque, naturaleza, bichos y aventuras diarias.

Hasta no conocer personalmente a mis tíos y primos (todos en España) no pude diferenciar cuales de los rasgos de mis padres eran propios de ellos y cuales eran familiares. Por fin descubrí que los abrazos de mi madre pronunciados con Ñ apretada son heredados. Que el gusto por la Historia y la tendencia a la obstinación de mi padre son iguales a las de mis tíos.
Una vez escribí de acerca de padre una coplita más o menos así:

Palentino de cepa pura,
castellano entero
y la cabeza más dura
que el Cristo del otero.


Temprano volvieron a su casa luego de demostrarme su alegría al conocer la mía, que mi madre llamó “casa de muñecas”. Se llevaron el dibujo de “La extracción de la piedra de la locura” cuadro del Bosco del que tantas veces nos reímos.
Nos agradecimos mutuamente, pero como en este blog escribo yo, voy a aprovechar que tengo la última palabra: Mamá, papá, ¡GRACIAS!