21. Tomás Gabriel Zúñiga Pascual

No se si Tomás es con todos igual que como es conmigo, pero me parece que sí. Cada vez que me ve me saluda de tal forma que uno siente su cariño como especial. Sus “Hoooooola tíííííííííoooo”, sus sonrisas, besos, abrazos y palmaditas en la espalda, te dan la seguridad de que te quiere. Mi sobrinito es encantador y espontáneo así que supongo que es con todos igual, pero nadie me quitará la ilusión de que conmigo es especial.

Recientemente aprendí algo de él: si uno desea algo que no tiene, puede pedirlo sin mayores protocolos. Si él quiere que le enseñe a dibujar lo haré encantado, lo mismo si quiere participar de estas cenas o si se le antoja un helado. Recorrió el departamento entero y me dijo lo que yo siempre espero escuchar: No parece un departamento, es como una casita!

La espontaneidad es la más dificil de las poses
Con las instrucciones de su madre compré la carne: como para milanesas pero cortado un poquito más grueso. Los ingredientes que el me pidió escribiéndolo en Facebook y algunas cositas más que se me ocurrieron. Primero freímos panceta (de ahora en más “tocineta”), luego en la misma sartén hicimos los huevos fritos por ambos lados para que no reventaran en el sandwich. En una plancha el hacía los churrasquitos mientras yo cortaba tomate y ponía todo en la mesa, hasta llenarla de cositas para hacer nuestros “chivitos canadienses” que, como todo uruguayo sabe: no son de chivo ni existen en Canadá, como así tampoco el pan “catalán” que usan allá para hacerlos, existe en Cataluña.

A Tomás le gusta cocinar, así que no tuve que explicarle mucho: la tocineta debe quedar poco hecha para que al enfriarse no se endurezca, a los huevos fritos no se les pone sal cuando están en la sartén. La lechuga no se lava con detergente. Las fetas del jamón y el queso se ponen en tubitos para que sea más fácil tomarlos de a uno. Que no se usa el tenedor en la sartén de teflón y poco más.
Sólo nos faltaban papas fritas, así que se las pedimos a Ringo, el dueño del restaurante frente a casa. Cuando las trajeron, nos sentamos a comer y seguir charlando. Reanudamos nuestra conversación, sobre novias, colegios y deportes, sobre la música que a él le gusta (incompatible con mi iPhone), llegamos a un acuerdo con Louis Armstrong.

Menú: Chivitos canadienses (sandwich de churrasquito de ternera con lechuga, tomate, huevo frito, tocineta y aceitunas) con papas fritas, Coca Cola, Postales del fin del mundo Malbec, helado y Louis Armstrong de postre.

 Nació con ángel, de allí que su madre le pusiera Gabriel de segundo nombre, y ese ángel aparece en su sonrisa sincera, en la manera que con orgullo cuenta sus proezas deportivas, en su risa contagiosa, aunque compartamos el defecto de reirnos de cosas tontas, lo que su abuelo Agustín llamaría: Humor sicalíptico y escatológico.

Heredero de la locuacidad de su madre, Tomás es capaz de contarte una película entera, con lujo de detalles en lo que le dura el helado. Y enseñar todo lo que sabe espontáneamente; de qué color es la sangre de los cangrejos terrestres, qué parte de una serpiente se puede comer, como son los conciertos de la banda de rock más rara de la que he oído y decenas de cosas locas y curiosas.

Quiso helado de postre y salimos a pasear hablando, una suerte de visita guiada del barrio. Al volver, me preguntó si podía enseñarle a dibujar, así que tomamos un papel y óleos. Le expliqué que uno no tiene que dibujar al mundo como es sino que tiene la posibilidad de hacer lo que quiera en el papel. Le mostré que las nubes podían tener el nombre de alguien amado, le expliqué rudimentos de la ley de los tercios para componer y se puso a dibujar. Vimos que si uno quiere, la dirección de los trazos se transforman en pasto con viento, cielo tranquilo manzanas brillantes o nubes esponjosas. Pero sobre todo aprendimos a decir algo mucho más lindo, a pedir:
- Quiero verte tío. 
- Quiero estar con vos, sobrinito.